el 2 de mayo de 2011, el presidente estadounidense Barack. Obama dio la orden de avanzar con la estrategia propuesta por el Consejo de Seguridad Nacional y capturar a Osama Bin Laden: después de una ardua investigación, se descubrió que el terrorista se encontraba refugiado en un complejo llamado Abbottabad, que no contaba con servicio telefónico ni Internet, estaba rodeado por muros de hasta cinco metros con alambre de púas y donde residían cerca de 25 personas.
Las fuerzas del US Navy SEAL de la Armada de Estados Unidos ingresaron al lugar por la noche y la operación duró poco más de cuarenta minutos. El jerarca de la organización yihadista no estaba armado, pero el grupo comando, con Robert O’Neill a la cabeza, efectuó un disparo en la zona del ojo izquierdo; al mismo tiempo, otras cuatro personas fallecieron, incluidos la última esposa del talibán, su hermano, una mujer no identificada y dos cercanos del propio Bin Laden.
La confirmación de la identidad pudo realizarse gracias a que se cotejó su ADN con el de su hermana, que había muerto años atrás producto de un cáncer. El primer mandatario norteamericano dio a conocer la noticia casi al instante, a través de un mensaje televisivo, y sorprendió al mundo: el hombre más buscado del planeta había sido ejecutado.
Con el objetivo de apresurar la salida de los últimos agentes civiles de la corporación, o por lo menos retirarlos de las calles, la Guardia Nacional (GN) puso en marcha un programa de retiro voluntario en el que ofrece “compensación económica” a estos elementos, a cambio de renunciar definitivamente al cargo. […]