El otrora poderoso y extravagante ex gobernador de Quintana Roo, Roberto Borge, ahora se encuentra sumido en el olvido y la enfermedad.
Postrado en una de las camas de la sección médica del Centro Federal de Rehabilitación Psicosocial (CEFE REPSI), Borge lucha contra una debilitante afección renal que lo mantiene confinado e inactivo.
Alguna vez dueño de un estilo de vida opulento, Borge ahora se ve reducido a la soledad y el aislamiento de esta antigua institución psiquiátrica reconvertida en prisión. Los muros grises y fríos de su celda lo aprisionan, contrastando fuertemente con los lujosos palacios y mansiones que solía habitar.
Tan solo unas pocas visitas, cada vez más escasas, logran traspasar las estrictas medidas de seguridad que lo mantienen restringido junto a otros internos enfermos y con problemas de salud. Incluso su antiguo mentor, el ex gobernador Félix González Canto, se ha negado a visitarlo, condenándolo al abandono.
Borge, conocido cariñosamente como “Beto” o “Betito” en sus días de gloria, pasa la mayor parte del día encerrado en su pequeña y austera celda. Cuando sale, lo hace junto al resto de los reclusos, con las manos esposadas y sometido a minuciosos controles de seguridad, en un marcado contraste con su pasado de lujos y privilegios. Además, se les exige mantener un corte de cabello al rape, una apariencia uniformada y sin personalidad, que deben renovar cada semana sin excepción.
Sus momentos de contacto con el mundo exterior se limitan estrictamente. Pueden recibir visitas de familiares o amigos por un máximo de dos horas a la semana, y realizar apenas dos breves llamadas telefónicas, insuficientes para mantener vínculos significativos. Su entretenimiento también se encuentra severamente restringido, reduciéndose a una hora diaria de televisión y a tener acceso a un máximo de tres libros de la biblioteca del penal, que deben devolver y reemplazar semanalmente.
Esta falta de libertad y privacidad les impone una rutina monótona y despersonalizada, despojándolos de su identidad.