La Caída de Assad y el Nuevo Futuro de Siria: Esperanza y Desafíos

El 8 de diciembre, los sirios celebraron la caída del régimen de Bashar al-Assad, quien, tras una rápida ofensiva rebelde, huyó a Moscú. La carretera hacia Damasco desde la frontera con el Líbano, antes custodiada por el ejército, estaba desierta y cubierta de uniformes abandonados. Los carteles con el rostro de Assad fueron arrancados y desfigurados, señal de un cambio radical en el panorama político del país. Menos de dos semanas después del inicio del avance rebelde, el régimen se desplomó, dejando a Siria en un momento decisivo: ¿un futuro de unidad y paz o el riesgo de una nueva guerra civil?

Los primeros signos han sido prometedores. Los rebeldes, liderados por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), una facción que una vez fue aliada de al-Qaeda, han declarado su intención de evitar los errores de transiciones pasadas en el mundo árabe. A diferencia de Irak y Libia, la transición en Siria está siendo gestionada de forma local, sin la intervención de potencias extranjeras ni líderes exiliados. Rusia e Irán, antiguos aliados del régimen, han optado por una postura más reservada.

A pesar de su mayoría sunita, los líderes rebeldes han prometido proteger a las minorías y han pedido a la policía y a las autoridades civiles que permanezcan en sus puestos hasta que se forme un gobierno de unidad. Sin embargo, los desafíos son considerables. La división interna de Siria, acentuada bajo el control de Assad, se ha intensificado tras su caída. El país está dividido en cuatro regiones controladas por diferentes grupos armados, cada uno con su propio ejército. La falta de un plan de gobierno ha llevado a combates en lugares como Manbij, donde se enfrentan árabes respaldados por Turquía y kurdos, lo que subraya la fragilidad de la tregua entre facciones.

Abu Muhammad al-Jolani, líder de HTS, se perfila como uno de los principales contendientes para gobernar Siria. A sus 42 años, Jolani ha moderado su discurso, abandonando su nombre de guerra y prometiendo no imponer leyes islámicas estrictas. Sin embargo, su historial como líder de al-Qaeda y su represión de rivales han generado desconfianza en algunos sectores. “Tenemos miedo de que pueda convertirse en otro Assad”, señaló un analista cercano a sus oponentes.

La situación de los kurdos, que controlan el noreste de Siria, añade otra capa de complejidad. Estos buscan la protección de las fuerzas estadounidenses, que siguen presentes en la región, y se oponen a un gobierno central que intente retomar su control. Además, la secta alauita, una de las bases de apoyo de Assad, enfrenta un dilema: luchar o aceptar un gobierno liderado por la mayoría sunita.

En el exilio, la oposición política, representada principalmente en Estambul, parece haber perdido influencia en este nuevo proceso. Según la hoja de ruta de la ONU de 2015, la Comisión de Negociación Siria debía supervisar la transición, pero su papel se ha visto relegado.

La comunidad internacional, que ha jugado papeles cruciales en la política siria, ahora observa con cautela. Algunos, como Donald Trump, han adoptado un enfoque aislacionista, sugiriendo que la situación no es su “lucha”. La falta de consenso dentro y fuera de Siria complica aún más el camino hacia una transición pacífica y estable.

Mientras tanto, el pueblo sirio, que ha sufrido durante más de una década de conflicto, espera que esta vez el futuro sea diferente. La esperanza es que, con liderazgo local, moderación y un apoyo internacional cuidadoso, Siria pueda comenzar un nuevo capítulo que ponga fin al ciclo de violencia y brinde un verdadero reinicio a la nación.

Redacción

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