mientras esperaban que cambiara la luz del semáforo en la supermanzana 215 de Cancún. La mujer trabajadora había sido víctima de extorsión, obligada a pagar 10 mil pesos mensuales por el denominado “derecho de piso”.

Al negarse a pagar, su vida y la de su hijo inocente fueron segadas de manera cruel. Por milagro, la hija de 3 años y su abuela, que viajaban en el asiento trasero, lograron salvarse de este terrible ataque. La escena fue verdaderamente dantesca, con la abuela gritando desesperadamente por ayuda mientras su hija agonizaba.

El niño quedó al lado de su madre. Este hecho ha conmocionado profundamente a la ciudad de Cancún, ocurrido justo en lo que debería haber sido una tranquila Navidad.
Los atacantes, que dispararon desde una motocicleta, huyeron sin ser capturados, a pesar de que el incidente se desarrolló debajo de las cámaras de vigilancia del C-5.

Se sabe por versiones de los familiares de la mujer, buscó la ayuda de la Guardia Nacional para protegerse, pero desafortunadamente, tres días después, ella y su hijo fueron brutalmente asesinados mientras conducían su automóvil.
Este es el lado oscuro y violento de Cancún, una realidad que se oculta bajo la imagen del paraíso turístico. Las cifras de desapariciones y muertes se maquillan para mantener intacta la reputación de este destino, evitando así dañar los intereses económicos.
Mientras estos sucesos lamentables ocurren casi a diario, la presidenta municipal Ana Patricia Peralta se encuentra disfrutando alegremente de las festividades navideñas rodeada de sus seres más cercanos.

Paradójicamente, estos familiares y amigos cuentan con el lujo de contar con choferes y guardaespaldas que los escoltan y protegen durante estas celebraciones. Mientras la población enfrenta la inseguridad y la violencia, la alcaldesa y su círculo íntimo parecen vivir en una realidad paralela, ajena a los problemas que aquejan a la comunidad que debería servir.